miércoles, 5 de noviembre de 2008

Se regalan abrazos

Hoy cuando caminaba por el centro de Santiago, específicamente por la alameda con amunátegui (calle que en parte tiene un significado emotivo para mí), caminando por el costado norte, después de haber pasado a la Galería Gabriela Mistral a hacer un presupuesto para el lanzamiento de mi proyecto, en donde me fue mal lamentablemente. Llevaba una cuadra aproximada en donde me detuve bruscamente, justo en un paradero específico que todavía recuerdo cual era y como era específicamente. Me saco mis lentes y en realidad no se qué paso en ese momento, pero comienzo a mirar a la gente, una a una las personas que iban pasando, algunos caminaban apresuradamente y otros caminaban a paso lento como si tuviesen todo el día para ellos.

Ahora, en estos momentos no recuerdo que fue lo que se me paso por la mente para detenerme de esa manera, no recuerdo que fue lo que sucedió y que “energías” me hicieron impulsar para que yo recogiera la expresión de cada individuo, estudiante, ejecutivo o cuyo ser que merodeaba en ese entonces. Lo único que recuerdo en ese momento, fue que en mi mente paso una frase como diciendo: “Pensar que todos tenemos problemas, aunque fuesen los más pequeños de todas maneras igual los tenemos…”

No es una frase célebre o que quede en la memoria, hasta se ha utilizado mucho para justificar situaciones en las que nos vemos envueltos para poder evitar algún tipo de reto o a su vez como escusa de algo. En realidad no se a que voy con todo esto, pero creo que cada persona tiene predestinado sus problemas, el saber que un gran porcentaje de la población chilena que vive en lugares urbanos, sufre de estrés, no es dato menor para que cada uno no pueda tener problemas. Pero lo que me he dado cuenta que cuando uno pasa por esas situaciones, siempre hay alguien a tu lado.

Hace un día paso algo realmente curioso, estaba en clases en la sede de vergara, al termino de clases todos caminamos al metro y recordé que tenía que devolverme a la U a recoger unas cosas a mi casillero, y creo que cualquier persona deja pasar eso, simplemente se va a su casa y lo retira oro día, hasta yo lo hubiese hecho de ese modo, pero esta vez fue distinto. Subí al cuarto piso en donde tengo mi casillero, retiro lo que fui a buscar y decido subir al quinto piso para tomar el ascensor, nunca lo hago pero esta vez sí lo hice. El ascensor llega al quinto piso, se abren las puertas y adentro había una sola persona, quede frente a frente, esa persona me abraza en ese momento y se pone a llorar, lloraba con tanta desesperación, como si hace mucho tiempo no lo hacía, lograba sentir su corazón y palpitaba muy fuerte, podía sentirlo sin necesidad de esforzarme. Me conto lo que le paso, pero al final de la conversación me dijo algo que me quedo en la cabeza y en parte es lo que traduzco en estas líneas. “De verdad que tu (refiriéndose a mí) eres un angelito para mi, apareciste de la nada justo en el momento preciso cuando quería que me abrazaran y me hicieran cariño”

Lo que me pregunto ahora ¿quién es la persona que a mí me abraza y me hace cariño? No es que ande mendigando ni mucho menos, pero me refiero a que me encantaría que alguien pudiera calmar todo este dolor que siento en mi corazón, un dolor que oculto a quien me pregunta y que guardo con mucho reproche, no es fácil que tus padres se separen de un momento a otro, en donde te veas en la obligación de tener que trabajar para costear tus gastos y en gran parte ser el hombre mayor de la casa.



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